❌ Yo soy el error
Sobre equivocarse, sobre Serge Lutens, sobre un becerro de dos cabezas, sobre mí.
Hace unos meses escuchaba en la radio la experiencia de un señor ganándole un juicio a Hacienda. Por el reportaje mínimo que le hicieron en el programa —apenas un par de minutos— el hombre recurrió una multa de Hacienda, argumentando haber cometido un error. Los tribunales le dieron la razón a él: el ciudadano tenía derecho al error, que en este caso le salvaron de pagar una multa de 70.000 euros.
No tengo idea de la naturaleza legislativa de este derecho a equivocarse, pero por alguna razón ese sintagma nominal resonó conmigo. Derecho al error. Qué palabras tan bonitas, cuánto simbolizan. Puedo equivocarme, meter la pata, cometer un error. En un mundo que nos exige perfección y productividad, tener derecho al error en el ámbito tributario (y en cualquier ámbito, para qué engañarse), me da cierta tranquilidad.
Yo, que me dedico a la enseñanza de lenguas, conozco de primera mano la importancia del error. Equivocarse es señal de que algo estás haciendo bien. Te estás aventurando, estás jugando con las piezas recién adquiridas (palabras, conceptos, tiempos verbales, sonidos). El error, y su posterior corrección, es esencial para que los estudiantes solidifiquen un conocimiento. Además, cuántas más veces se equivoca uno, más práctica y experiencia tiene. Y eso se suele traducir en resultados, si se tiene la guía adecuada, o si se hace el proceso de reflexión correspondiente.
Y esto no es solo así en la enseñanza de lenguas. El consenso científico es rotundo: el error es fundamental en cualquier proceso de aprendizaje.
Yo el otro día cometí un error. Nada grave: mandé un correo que no debí haber mandado. La solución era bien sencilla: solo tuve que desdecirme en un correo posterior, y chimpún. Pero por alguna razón, tardé en perdonármelo unos días. Una voz en mi cabeza me decía que había quedado fatal, que no debería haber cometido tal error, que para qué mando ningún correo. Aquella tarde fui al teatro, y aunque lo intenté, no pude terminar de sacudirme esa salmodia.
Al día siguiente, mientras me daba una ducha, me recordé todo lo que sé sobre procesos de aprendizaje, el rol del error en organizaciones e instituciones, en cadenas de producción. Me acordé del derecho al error. El error es valioso. Me sentí mejor al abordarlo desde el raciocinio.
Más tarde ese mismo día, leía una entrevista que le habían hecho al decorador Serge Lutens.1 “Nací en 1942, fruto de un adulterio que entonces era una falta muy grave”, explica. “Así que desde el principio soy un error”. Lo repetía al final en la entrevista. “Soy una persona culpable de haber nacido, yo soy el error”.
No conozco a Serge Lutens (tampoco después de leer la entrevista), pero mi reacción instintiva fue pensar en sus problemas de autoestima. Pobrecito Serge, qué poco se quiere, qué mal está de lo suyo.
Una reflexión más profunda me llevó a pensar que tal vez Lutens tenía razón. Tal vez fuera un error. Tal vez todos seamos errores, y aún así, tendríamos derecho a ser. Y como cualquier error, somos valiosos y necesarios.
Estamos aquí con un propósito, podemos aprender. Somos la raíz de una lección.
A lo mejor yo también soy un error, uno que hace errores. Y qué suerte: de mis errores siempre crece algo. ¿Qué crecerá de mí, si soy un error?
📋 Las movidas equivocadas
¿Os acordáis que estaba leyendo Los que sueñan, de Elio Quiroga, Premio Minotauro 2015? No me gustó.
Ahora ando leyendo (cosas de tesis, como siempre) La espada de fuego, de Javier Negrete. Premio Minotauro 2006. Este me está gustando más. Fantasía de espada y brujería, ambientación original, muy clásica en lo bueno y en lo malo.
Este artículo de Irene Vallejo: “Lo que consideramos auténtico es, casi siempre, producto de una nostalgia o de un malentendido.”
Por si te lo has perdido: participo en el crowdfunding de una antología de cuentos de hadas queer. Salir del camino, reescribiendo cuentos desde un punto de vista marika. Hemos llegado al objetivo, pero puedes seguir participando aquí.
Desde el Noroeste tuvieron a bien entrevistarme y reseñar mis novelas Cartas agupianas y Piel de sapo. Ha quedado bastante bien, creo yo.
Esta canción, para las que todavía no se han dado cuenta:
💥 Censarse en los Ignotus
Amigas, si queréis votar mi novela PIEL DE SAPO para los próximos Premios Ignotus —cosa que totalmente deberíais hacer— tenéis que actuar ya: se ha abierto la inscripción al censo de los Ignotus.
Los Premios Ignotus son los premios que otorga la Asociación Pórtico a las obras de ciencia ficción, fantasía y terror. Es un premio popular, en el que los propios lectores elegimos las obras ganadoras. Y pata votar, hay que censarse ahora.
🌹 Un poemita
Sobre errores que no son errores, espantos agradables de la naturaleza, el poema Two-headed calf, de Laura Gilpin:
Tomorrow when the farm boys find this
freak of nature, they will wrap his body
in newspaper and carry him to the museum.But tonight he is alive and in the north
field with his mother. It is a perfect
summer evening: the moon rising over
the orchard, the wind in the grass. And
as he stares into the sky, there are
twice as many stars as usual.
👋 Adiós, amiga
Me perdonarás la ausencia de la semana pasada, ¿verdad? Tuve que recoger a mi madre en Birmingham, que ha venido a visitarme. Vino para celebrar mi cumpleaños, que fue este jueves, y me trajo el último libro de Mariana Enríquez como regalo. Me siento afortunado.
Ojalá tengas un buen comienzo de semana. Pero antes, tres cosas, las últimas:
Leer relatos es como comer caramelos.
A veces, hacer “más que una pregunta es un comentario” en ciertos ambientes, es positivo: fomenta el diálogo.
Como es la semana de mi cumpleaños, me permito pasar la gorra: si te gusta lo que escribo, puedes invitarme a un café.
Puf, ese poema de Laura Gilpin siempre me encoge las entrañas un poco, me lo encuentre donde me lo encuentre 💙