Amigas, dejadme empezar esta ociosa cartita con una pregunta, directa, como una flecha al corazón: ¿tú te echas la siesta?
Por favor, dímelo, necesito saberlo.
La siesta, esa práctica asociada a la ociosidad y la pereza, es una de las cosas que más echo de menos de mi Españita. No solo la costumbre de echársela, porque yo nunca he sido un devoto de la siesta sino más bien un practicante ocasional. Lo que más echo de menos es su aceptación cultural, la manera en la que el mundo se detiene después de comer.
Como te puedes imaginar, en Reino Unido las siestas no son una práctica habitual, ni está integrado en nuestra cultura del trabajo. No me voy a detener en las cuestiones socioculturales: simplemente no sucede, y punto. No se me ocurriría preguntarle a nadie en este país si se va a echar la siesta después de comer, porque doy por hecho que no, que por supuesto que no. Si tienen un día muy duro, se irán a la cama pronto y ya está. El mundo no se detiene después de comer. Y yo mismo, en los días en los que me aprisionan las faenas, los días en los que he madrugado para dar clases, los días largos, siento extirpada esa práctica de echarme un poquito después de comer, nada, veinte minutos, para descansar un poco los ojos. En su lugar, me hago un café y sigo trabajando. Y ni siquiera lo pienso demasiado.
He estado escuchando recientemente El don de la siesta, de Miguel Ángel Hernández (Anagrama, 20201), un pequeño ensayito leído por su autor sobre las siestas, la interrupción y el descanso. En él, se habla del valor de la siesta, de su reciente capitalización, de su historia y de su asociación al hogar. Es un ensayo corto y ameno, que se lee en un ratito y se escucha exactamente en una hora y cincuenta y ocho minutos.
Una de las cosas que cuenta Miguel Ángel2 es que cuando estuvo trabajando en los Estados Unidos, sentía la necesidad de echarse la siesta después de comer, y notaba la resistencia de una cultura en la que esa práctica no estaba extendida. Pero él no se rindió a la resistencia, como yo: se echaba las siestas en el suelo de su oficina y sus compañeros llegaron a ponerle un pequeño sofá para sus sueñecitos.
Dudo que eso me pasara a mí, porque yo soy muy poco de dormir en el suelo y mucho de buscarme mis propios sofás.
En cualquier caso, esta anécdota resonó conmigo en la experiencia de vivir en un país anglosajón, con una cultura muy distinta del descanso, y cómo nuestro cuerpo se acostumbra a esa cultura. No es que en Reino Unido no se descanse. Se descansa y mucho. Pero descansa de otra manera, una forma que a mí me parece algo artificial y extraño.
Otra cosa que no os contarán nunca de emigrar: cuando pasa un tiempo (tal vez años) y la rutina de ese país se va instaurando en tu cuerpo, en tu descanso, en cuándo comes, cuándo duermes y cuándo te despiertas. Te vas acostumbrando, y cambias de maneras que no pensabas que ibas a cambiar nunca. Yo he repudiado a la siesta de mi cuerpo. Ya no me “echo un ratito”, o “descanso los ojos” después de comer. Ni siquiera me sale.
Preguntaros si os echáis la siesta, cuándo y cómo es mi manera de conectar con ese don que yo he perdido.
Así que, amigas queridas, respondedme: ¿vosotras os echáis la siesta?
📋 Las cosas
Este artículo: A propósito de ‘El feminismo queer es para todo el mundo’, de Alana Portero.
Sigo leyendo Inés y la alegría, de Almudena Grandes. Son 700 páginas. Se me está haciendo un poco bola, pero ahí sigo.
Os he recomendado antes el podcast ¿Puedo hablar!, porque es un podcast chulísimo. Pero especialmente el episodio Censuradas, con Paco Bezerra. Bezerra es un dramaturgo al que recientemente retiraron una obra de los Teatro del Canal, en Madrid. El caso es grave, porque todo apunta a un caso de censura institucional. En el podcast, Bezerra cuenta la historia desde la primera redacción del texto hasta las secuelas de su censura. Escuchadlo: es importante. Lo tenéis en YouTube o en cualquier agregador de audio.
Si tú también estás siguiendo de cerca el accidente de coche a cámara lenta que es la compra de Twitter, échale un ojo a este artículo, escrito por el antiguo jefe de seguridad de Twitter.
Jectoons, una de mis newsletter favs de Substack, os propone alternativas no espiatorias a vuestros navegadores, correos y redes. Leedlo aquí. Son literalmente seis minutos o menos de artículo.
Este cómic: Robert the Otter te enseña a limpiar (lo siento, está en Twitter).
Esta canción, chulísima versión del clásico de Julieta Venegas. De lo más bonito que escucharás esta semana.
📖 La cita
Seamos perezosos para todo menos para amar, beber y ser perezosos.
Gotthold Ephraim Lessing dixit
☕ El cafecito
A lo mejor ya lo sabes, porque lo digo bastante, pero tengo un Ko-Fi donde apoyar esta simpática newsletter.
A todas las que habéis donado por ahora: muchas gracias, sois majísimas. Tomad, os regalo este emoji 🎡, es una noria, ¿os gusta?
Si habéis donado, además tenéis el making off de esta entrega en el blog de Ko Fi. Movidas Bookclub: ahora con más movidas.
👋 ¡Adiós, amiga!
Qué decirte que no sepas, a estas alturas. Pues tres cosas más:
Si te ha gustado esta divertida newsletter, por fi, compártelo con una amiga. O mejor todavía, métete en su casa, ponle un cuchillo en el cuello, y oblígale a suscribirse a mi boletín bajo amenaza de muerte. Tampoco te pido tanto, tía.
He vuelto a echar becas para el doctorado. Siento que estoy en una relación tóxica y ni siquiera he empezado la tesis. Mis amigas ya no me llaman porque siempre les cuento lo mismo: “muy bien, mucho curro, he echado una nueva beca”. Lo de siempre. En fin. Ponedme una vela.
¿Queréis un consejo? No penséis demasiado. Una amiga me dijo una cosa una vez, que no aplico a todas las cosas de mi vida pero que me digo bastante. ¿Estáis listas? Ahí va: pensar es trampa. No pienses tanto. ¿Quieres tintarte el pelo? Tíntatelo, pensar es trampa. ¿Quieres comerte una chocolatina? Hazlo, pensar es trampa. ¿Quieres comparte un libro? Cómprate el mío, pensar es trampa.
Todos los links de Bookshop son de afiliado, eso significa que si los compras allí yo me llevaré unas pesetillas.
Yo ya tuteo a cualquier autor que me haya leído su libro al oído, como es el caso.