Habéis oído hablar del reloj biológico, ¿verdad? Ya sabéis, esa movida que se te enciende en las tripas cuando sientes el anhelo de reproducirte y formar una familia. Sabéis de lo que hablo, ¿no?
Pues a mí me pasa lo mismo pero con los perros.
No estoy de coña. De un tiempo a esta parte, desde que estoy experimentando un poco de estabilidad en mi vida, he pensado muy seriamente en adoptar a un perrete. No lo hago porque vivir entre dos país países con un perro es una movida, pero ganas no me faltan. Veo a perros por la calle y me entran ganas de cogerlos, darles besos, llevármelos a casa y adoptarlos. Montar una familia multiespecie.
Supongo que me pasa más desde que me mudé al Reino Unido, porque en España sí tengo una familia así y aquí la echo en falta. En mi casa tenemos a Lucas, y desde hace poco a Frida, y desde que los tenemos siempre los he considerado parte de mi familia.
—¿Pero qué dices? —os preguntaréis—. ¿Qué es eso de multipespecie, Eduardo? Deja de usar palabras raras.
A ver, os lo explico.
Seguro que conocéis a gente que se refiere a sus perros como sus hijos. O como su mejor mejor amigo. Yo, sin ir más lejos. Y si vosotras habéis tenido perros en casa sabéis de lo que os hablo. Desarrolláis una relación con esa criatura peluda, y acabáis etiquetando esa relación con nombres que conocéis: amigo, hermano, hijo. Humanizamos lo animal para poder clasificarlo mejor.
Yo hacía lo mismo, hasta que leí a Donna Haraway.
Si eres amiga mía es posible que me hayas oído hablar de Haraway. Es una distinguida filósofa y bióloga que desarrolló teorías alrededor del concepto del cíborg. Su Manifiesto cíborg1 (1991) ha tenido tremendo impacto en muchos campos de conocimiento, porque nos ha dado un nuevo marco de pensar en lo humano en contacto con lo tecnológico. Nosotros ya no somos hombres, o mujeres: somos cíborgs, criaturas a medio camino entre lo natural y lo material.
O algo así, porque hija, Haraway es complicadísima y nunca he podido entenderla del todo.2
Después del cíborg, Hawaray se puso a disertar sobre la relación entre lo humano y lo canino, que dio lugar a su Manifiesto de las especies de compañía (2003).
No me lo he leído entero porque de verdad que esta señora no es lectura ligera, pero sí he cogido ideas que me han parecido interesantes. Una de ellas, la de la familia multiespecie. Haraway explica:
Me resisto a ser llamada la “mamá” de mis perros porque temo la infantilización de los canes adultos y la identificación errónea del importante hecho de que quiero perros, no bebés. Mi familia multiespecies no se basa en la maternidad subrogada o de alquiler; estamos tratando de vivir otros tropos, otros metaplasmos. Necesitamos otros nombres y pronombres para los géneros de parentesco de las especies de compañía, precisamente, como hicimos (y todavía hacemos) para el espectro de los géneros.
Si entiendo bien lo que dice (nunca estoy 100% seguro de entender a Haraway y no creo que haya nadie en el mundo que la entienda completamente), la autora pone el dedo en algo tremendamente obvio que a veces se me escapaba: los perros son perros. Ni más ni menos. Es una criatura con la que tienes una relación no sanguínea y con la que has desarrollado códigos de comunicación únicos y exclusivos, familiares. Pero siguen siendo otra especie, otras criaturas. Llamarles otra cosa que no sean perros, chuchos, sería despreciar su propia naturaleza y la del vínculo. Eso no quita que no sea parte de tu familia, sino que tu familia está compuesta por un miembro de otra especie. Tienes una familia multiespecie.
Haraway también señala que precisamente el amor que se siente por los perros se basa en que son seres diferentes, y “sus pensamientos, sentimientos, reacciones, y necesidades de supervivencia son diferentes de los nuestros”. Y creo que ahí da también en la clave, porque es cierto que la relación que tengo con mis perros es así porque somos especies distintas. Pero aún así nos las hemos apañado para formar una familia, una familia multiespecie. ¿Y no es eso maravilloso?
Mirad, os presento a Frida. Mi madre la adoptó en febrero, pero yo no la conocí hasta abril. Todavía es un cachorro, así que no sabe muy bien donde mear. Pensando en ella, después de haberme pasado tres semanas juntas, me he dado cuenta de que nos hemos hecho amigas. Así lo siento. Hemos creado un vínculo. Ella forma parte de mi familia (multiespecie). Es mi amiga, es mi perra y es mi familia. Nada más, y nada menos.
Perros ficticios
Por cambiar de tema, pero solo ligeramente, me gusta mucho cuando los animales como animales (no humanizados, como en los aristogatos, por ejemplo), forman parte del elenco de personajes y tienen una importancia en la trama.
Se me ocurren muchos ejemplos, pero mi favorita es la reciente Meddling Kids de Edgar Cantero (2021, ed. Insólita), una novela de terror-comedia que mezcla Scooby Doo con los mitos de Lovecraft. Los protagonistas solían resolver misterios cuando eran jóvenes, desenmascarar a Los Malos, y llevarse el crédito en la prensa. Pilláis la referencia, ¿no? Pero hubo un misterio que no pudieron resolver y que le costó la vida a uno de ellos, algo con lo que han tenido que cargar toda su vida. Ahora, veinte años después, los protagonistas que quedan vivos (y el fantasma de uno de ellos) vuelven al pueblo en el que crecieron para resolver su último misterio. Van acompañados de Sean, un weimaraner más listo del hambre que les salva de más de un aprieto, y que tiene un papel vital en la trama.
Es una novela entretenidísima, entre la comedia y el terror, que da para unas cuantas risas, algún que otro sustillo y muchas aventuras. Nos va bien para reflexionar sobre la amistad, sobre infancias que acaban pudriéndose y sobre, ya que estamos, el papel de lo animal en nuestras relaciones.
El título, por cierto, viene de la frase icónica de Scooby Doo:
“And I would have gotten away with it too, if it weren't for you meddling kids!"
"¡Y me habría salido con la mía de no ser por vosotros, niños entrometidos!
Los Eduardo Norte principales
Esto es lo que más he escuchado este último mes:
Todos son temazos, pero hay uno que os recomiendo con la mano en el corazón: ese nuevo single de Amaia y Aitana, La canción que no quiero cantarte. Uno de los versos de la canción resuena mucho con mi pasado, me parece una obra de arte, y captura exactamente los sentimientos que tengo hacia todos mis ex: “quieres ser mi amigo, cómeme el higo”.
Poesía, hermanas. Poesía.
Solo por eso tenéis que escucharla.
Adiós caracol
Nos vemos en unas semanas. Cosas que podéis hacer para validarme y hacer que me sienta bien:
Suscribirte. Eso es lo más importante. Si te suscribes me vas a dar una alegría. Y tú quieres darme una alegría, ¿verdad? ¿VERDAD?
Compartirlo con una amiga. Pero una amiga que creas que le vaya a gustar. Una amiga que lea libros, y que sea maja. Porque si se lo pasas a tu tía que no abre el correo, para eso no hagas nada.3
Darle a like. Creo que no sirve para nada, ni algoritmo ni pollas, pero a mí me gusta ver números al lado de los corazones. Soy humana, ¿vale?
Hacerme un una transferencia de doscientos euros. Porque a nadie la amarga un dulce.
Todos los links de Bookshop son afiliados: eso significa que yo me llevo unas pesetillas si compras el libro a través de ese link.
De hecho, leí el Manifiesto cíborg y no me enteré de nada. Tuve que leerme uno de esos libros que explican otros libros para enterarme bien. Este, para ser concretos.
Es broma, pásaselo a tu tía, si quieres, tonti.