Esta noche he tenido un sueño en el que volvía al colegio. Me pasa a menudo, de hecho. Eso de que los sueños son el reflejo de nuestros miedos y deseos lo encuentro especialmente cierto aquí, porque volver a la escuela es un deseo y un miedo al mismo tiempo. Pero esa es otra historia.
La cuestión es que esta noche, otra vez, he soñado que volvía a la escuela. Volvía a ver a mis compañeros, a pasear por los pasillos, a verme encajonado en un escritorio durante horas y horas, escuchando al profesor.
Y esta vez, además, me daban notas. Y suspendía todo.
Hay un miedo muy particular en suspender. Recibir un suspenso delante de tus compañeros puede implicar un juicio, una crítica. En mi sueño, el profesor me devolvía el examen con un juicio en su mirada, y podía notar los ojos de mis compañeros clavados en el 3.5 de mi examen. Se reían de mí, me juzgaban: Eduardo no se ha esforzado, no vale para esto, es tonto.
Como es habitual, ese miedo tan infantil no solo me persigue en mis sueños, también condiciona mi vida adulta, aunque no quiera. Dentro de poco voy a hacer una comunicación en un congreso, y el miedo a que juzguen mi trabajo todavía me muerde los talones. Hasta cierto punto, lo mucho que me condiciona ese miedo es avergonzante: quiero hacer bien mi trabajo para demostrarle a esos niños de mis pesadillas que no soy tonto. Tan simple —y ridículo— como eso.
Hace poco le escuché decir a Perra de Satán que durante mucho tiempo tuvo complejo de tonta, y que por eso se esforzaba tanto en lo académico.1 Sentí que me había encajado una pieza, que había puesto con palabras algo que me rondaba desde hacía años. El complejo de ser tonta. Esta mañana me he despertado con ese complejo a flor de piel. El complejo de no saber, de no saber hacer, de no poder saber.
Y fue ayer mismo cuando le escuché decir a David Roas2 algo que me serviría de consuelo esta mañana: “Lo interesante de investigar es que te hacer ver lo tonto que eres”. También me ha encajado otra pieza. Me ha recordado que para aprender, y para enseñar, para escribir, es necesario reconocer el propio desconocimiento. ¿Cómo voy a aprender algo sin reconocer antes que no lo sé? Tengo que reconocer mis propias limitaciones para ponerles límites, para seguir aprendiendo.
La evidencia, después de pensarlo, se me hace abrumadora. Claro que soy tonta. Y lo seré siempre. Hay muchas cosas que no sé y nunca sabré. Hacer las paces con esa realidad es lo único que me va a permitir seguir aprendiendo, poder ver el mundo con esos ojos infantiles, curiosos.
Lo más importante, me recuerdo, es disfrutar del proceso de aprender. Y aprender. No hay ningún examen que aprobar, ningún mínimo al que llegar. Hemos dejado atrás esas estructuras escolares. Pienso, otra vez, como siempre, en las palabras de Virginia Woolf: “No hay prisa, no hay necesidad de brillar, no es necesario ser nadie salvo uno mismo”.
Y palante.
🌙 Un cuento
En esa misma charla de David Roas que antes citaba, le escuché leer un microrrelato de Miguel Ángel Zapata, Veracidad de las transmigración de las almas:
Qué cosa, el progreso.
Qué cosa esta de estar entre la muerte y la muerte y ponerte en las manos enguantadas de un orfebre del bisturí y salir por tu propio pie de las salas blanquísimas que huelen a cloroformo, qué cosa.
Tras el accidente yo fui el primer hombre que recibió una transfusión completa de sangre de guepardo. Corre ahora por mis venas un torrente de sabana velocísima, de prisa felina y darviniana depredación.
Ya jamás cojo el coche. Cada día atravieso la ciudad de punta a punta, el país recorro de norte a sur cada verano, impulsado por el vendaval de mis piernas todo fibra elástica: a la oficina en cinco minutos, de Madrid a Salamanca en un par de horas. Por el camino, alguna provisión, avituallamiento para el viaje de centella: un guardia urbano, la cajera del súper, un par de niñas haciendo novillos en mi trayecto de revivido infatigable.
📋Las cosas guepardas
Seguramente lo he recomendado antes, pero lo vuelvo a hacer porque lo vale: el boletín de Gabriella Campbell y José Antonio Cotrina, Lo extraño y lo maravilloso. Las últimas novedades sobre el fantástico en español, sorteos, chascarrillos sobre cabras… lo tienen todo y me gusta mucho.
He descubierto la mejor página web del mundo, chicas, atentas: Radiooooooo. Una página donde puedes escuchar la radio de cualquier país del mundo, en cualquier momento en el tiempo. ¿Qué sonaba en la radio en Hungría un día de 1970? Ahora puedes escucharlo.
He estado escribiendo una novela estas semanas con cierto apremio, y esta playlist me ha acompañado durante el proceso: Classical Music when you’re on a Deadline.
La próxima semana voy a ir a ver la adaptación al teatro de Brokeback Mountain. No os puedo recomendar la obra de teatro, pero os puedo recomendar la película. Solo la he visto una vez, porque me dejó tan mal que no me he atrevido a volverla a ver. Si no la habéis visto todavía, no os la perdáis: es un clásico imperdible.
Esta canción, que me regaló el aleatorio de Spotify mientras hacía abdominales en el gimnasio y me dio el empujón que necesitaba. No dejo de escucharla:
👋 Adiós, amiga
El martes vuelvo a España, por fin, a pasarme todo el verano disfrutando del sol, la playa y la tormenta electoral que se nos viene. ¡Qué bien!
Tres últimos pensamientos aleatorios:
Si no te está gustando lo que estás leyendo, déjalo. No vale la pena. Excepto si es mi libro, claro. En cuyo caso no lo dejes.
Parafraseando a Nora Ephron, nada te impide pedirte dos postres.
Cambiar el té por el café me está demostrando que no tengo que vivir con palpitaciones constantes. El resultado es agradable.
Se lo escuché decir en este episodio, que os recomiendo.
Se lo escuché decir en esta charla, que os recomiendo también.
Fíjate tú que el meme este de estar teniendo una bimbo era me ha llevado por el mismo proceso que dices respecto al complejo de tonta. Cuando digo que estoy en mi momento bimbo, no es solo por la estética; lo principal es sentirme "tonta" y con ello full of wonder, lista para aprender sin miedos :_