Amigas, es un hecho: he vuelto a Aberystwyth, desde donde te escribo.
Esto quiere decir muchas cosas. La primera, que mi vida vuelve a ser en inglés. Se acabó dar las buenos días a los vecinos mientras paseo a Frida. Se acabó, de hecho, pasear a Frida. También las cervezas en terrazas con amigas y ver a mi familia todos los días.
No pasa nada, he ganado otras cosas. Trabajo, paseos en la playa, independencia, tiempo para mí, y una temperatura normal (no quiero darte envidia, pero estoy a 16º ahora mismo). Y he ganado horas de sueño.
Porque en España he dormido regular. Las altas temperaturas, los ruidos de la calle con las ventanas abiertas, los mosquitos y mi propensión al dormir poco han sido los ingredientes de un verano con pocas horas de sueño que solo ha salvado la melatonina.
—Es porque estás de vacaciones y te cansas menos —me decía—. Cuando vuelvas al Reino Unido y tengas que trabajar, cocinar, poner lavadoras y todos los etcéteras, verás cómo el cuento cambia.
Y justo ha sido así. Llegué a Gales el domingo pasado, después de un viaje en autobús de siete horas, y esa noche dormí como un bebé. Ha sido así el resto de la semana, y he mantenido un ritmo de sueño satisfactorio.
Porque hay una cosa que me aterra, amiga, te lo confieso: comer techo. Quedarme despierto en la cama, cansado pero incapaz de dormir, los ojos cerrados pero despiertos. Odio cuando noto cómo el cuerpo me pide descanso pero algo en la cabeza me mantiene en vilo, casi siempre por tonterías, cosas que no puedo solucionar. Y no puedo levantarme y fregar los platos, o leer un libro, porque entonces sí que no me duermo. Simplemente cierro los ojos e intento dormir, sin éxito. Los abro, me doy la vuelta, resoplo. Atado a mi despertar, totalmente consciente.
Te lo pregunto sinceramente, amiga: ¿qué hace una, en una noche de insomnio?
Hace poco leí una entrevista que le hicieron a la escritora Danielle Steel. En ella decía:
Dormir siempre me ha parecido una pérdida de tiempo. Mi trastorno del sueño ha sido una bendición. Me permitió dedicar el día a criar a mis nueve hijos y la noche a escribir mis libros.
Al leerlo, no sé por qué, me dio envidia. Si no duermo bien, soy un completo inútil. Me paso el día mirando la vida con cara de tonto, el cerebro en un perpetuo silencio. Si me pasara la noche escribiendo (aparte de que habría que analizar la calidad de lo que escriba) es probable que al día siguiente me quedase dormido en clase.
Pero claro, Danielle Steel ha escrito más de 150 novelas y es una de las autoras más leídas de todos los tiempos. Y yo solo soy yo.
Me pregunto si el insomnio es signo de grandeza. Si tal vez debería hacer un esfuerzo por dormir menos y escribir durante las noches. Y ahora que voy a trabajar y doctorarme a la vez, lo pienso en serio: a lo mejor si me guardo un par de horas nocturnas puedo llegar a esa convocatoria, a ese concurso, a esa fecha de entrega.
Quizás pueda funcionar insomne, con cuatro o cinco horas de sueño al día.
Quizás pueda alcanzar todas mis metas, sacrificando horas de sueño.
Luego recuerdo que Margaret Thatcher —quien era famosa por dormir solo 4 horas— murió de un derrame cerebral después de años de demencia, algo que tal vez tuviera que ver con su famoso insomnio.
Deshecho la idea, y vuelvo a lo que siempre he pensado: lo más importante es dormir bien por las noches. El resto, secundario.
📋 Las cosas insomnes
He estado viendo Stath Lets Flats (en su traducción al español Alquila como puedas). Una serie británica que le arrebató a Fleabag el Bafta a mejor comedia. Imprescindible si te gusta el humor inglés absurdo. Está en Filmin.
Esa entrevista a Danielle Steel. En serio. Insisto. Qué reina.
¿Os acordáis de La firma de Dios, el podcast de ciencia ficción que tanto os he recomendado? Bueno, pues ahora te recomiendo Desmontando La firma de Dios, un podcast de divulgación en el que abordan desde una perspectiva científica los temas de los que trata la ficción sonora original: la inteligencia artificial, la posthumanidad, el paso de la magia a la ciencia, aliens… Imprescindible si te gustó el podcast, o si tienes cierta curiosidad científica.
Estoy viendo a ratos esta clase magistral del dramaturgo Paco Bezerra, y la estoy disfrutando mucho: habla sobre no opinar, sobre escribir sobre lo incómodo. Nunca escribas sobre cosas sobre las que tengas una opinión, dice. Todo lo que dice sobre dramaturgia se puede aplicar a la novela.
Sobre el dormir: no lo he leído, pero tengo muchas ganas de leer El mal dormir: un ensayo sobre el sueño, la vigilia y el cansancio, de David Jiménez Torres.
Esta canción:
🩸 Un poema
Esta semana he leído Con la boquita partía, de Irene B. Trenas, una novela de terror costumbrista ambientada en un pueblo de Córdoba. La he disfrutado un montón, por muchas razones, pero sobre todo, por su poesía.
Cada capítulo de la novela empieza con un poema, y al final de la historia lo poético se une a lo narrativo y se crea una ambientación muy particular. Irene ha escrito un libro tan bonito como terrorífico, sobre los pueblos y sus leyendas, sus costumbres, sus gentes.
Mi poema favorito del libro, entre otros, este:
Quererse.
Quererse con las arrugas,
con el vientre colgando,
con el cabello de plata.
Quererse con el dolor en los huesos,
con las pastillas del desayuno,
los recuerdos difusos y el enguatao de las batas.
👋 ¡Adiós, amiga!
Te he escrito esta cartita estando muy cansado, no sé si se me nota.
A lo mejor lo que necesito es café.1
Tres últimas frases-consejo-mierdas:
Nunca vayas al supermercado con hambre.
Las palomitas son una cena válida.
A veces, no hacer nada es la mejor opción.
Gracias a las dos personitas que me invitaron a un café la semana pasada <3 sois gente majísima.
Mood, amiga. Muchas veces me planteo cuán productivo podría llegar a ser si sacrificase horas de sueño en favor de productividad. Desafortunadamente, cuando lo he intentado, mi cuerpo no ha reaccionado bien.
Vivo preso de una somnolencia eterna 😬