Impostores literarios
Te hablo de Rosa Montero, de estar cucúbabanas y de Lee Israel, la mayor impostora literaria de todos los tiempos.
De la mentira siempre se ha dicho que tiene las patas muy cortas, y de la literatura, que no es sino otra forma de mentir. Juan Rulfo decía que todo escritor que crea es un mentiroso, un impostor. Y nosotros, lectores y lectoras, lo sabemos. Aceptamos que nos van a contar una mentirijilla y nosotros vamos a fingir que nos lo creemos. Eso es el pacto de la ficción: tú vas a contarme mentiras y yo me las voy a creer.
¿Pero qué pasa cuando el escritor miente y no lo sabemos?
¿Y qué pasa cuando las mentiras sobrepasan la ficción?
¿En qué convierte eso a la literatura?
Yo qué sé, solo soy una chica.
Sobre impostores literarios
Esta semana he estado leyendo el último gran ensayo de Rosa Montero, El peligro de estar cuerda1 (2022, Seix Barral), como ya os conté en el último boletín. Rosa Montero es el amor de mi vida literario. Es probablemente mi escritora favorita. Recuerdo leer artículos suyos en clase de lengua, en primero de bachillerato, y pensar que así era como se tenía que escribir. Tan fluido y tan fácil, tan convincente y tan hermoso, tan simple y tan complicado. Por eso sé que leer un libro de Rosa Montero siempre es una apuesta segura, y siempre los cojo con ganas.
Sus ensayos en particular me parecen muy interesantes por muchas razones. Supongo que porque siempre habla un poco de sí misma, y yo soy muy cotilla (por eso siento que te conozco tan bien, Rosa). Pero principalmente porque siempre transmiten una pasión muy poco habitual en el género. Un ensayo de Rosa Montero es como esa amiga que te habla emocionada de su última obsesión. Y además te lo cuenta bonito, te contagia ese interés y te mete en el ajo de lo que quiera que estés hablando. De los ensayos de Montero sales con una cantidad ingente de información nueva, un interés renovado y un nudo en el estómago. Porque la tía te ha contado cosas interesantísimas, pero también te ha hecho llorar. De los ensayos de Rosa2 siempre sales algo cambiado. Y eso es lo que más me gusta de la literatura.
En esta ocasión, mi amiga Rosa me ha hablado sobre creatividad y locura, una palabra que, la propia escritora reconoce, es “poco atinada y retumbante”. Hay mucho, muchísimo que desgranar en este tema, y os animo a descubrirlo por vosotras mismas: habla sobre escritores y escritoras que han padecido problemas de salud mental, sobre el cerebro de los creadores, sobre las dudas, la ansiedad, el suicidio y sobre su propia experiencia.
Y sobre mentirosos, sobre los impostores. Sobre personas que han fingido ser quien no eran.
Rosa señala la enorme cantidad de libros sobre impostores que existen: El adversario de Emmanuelle Carrère, El impostor de Javier Cercas, Filek Ignacio Martínez de Pisón, y un puñadito más. Y apunta:
No es de extrañar que a los escritores, con nuestra personalidad líquida y mudable, nos fascinen las personas que se hacen pasar por otras.
Son muchas las veces que me he visto reflejado en este libro, que Rosa me ha explicado cosas sobre cómo funciona mi cabeza. Este es un ejemplo. De pronto, he entendido la fascinación que sentí sobre Lee Israel, otra gran impostora literaria.
Aunque bueno, más que una impostora literaria, me gustaría considerarla una experta de la imitación.
La tía comenzó en el mundo literario con una biografía de Tallulah Bankhead3, que entró en la lista de los más vendidos en 1972. Desde entonces, todo fue para abajo. Publicó un segundo libro que, si bien no fue mal, tampoco la sacó de pobre. Y un tercero, otra biografía, que según ella fue “un libro malo que escribió apresuradamente”. El libro en cuestión fue bastante regular y dejaron de ofrecerle trabajos. Lee entró en una espiral de alcoholismo, miseria, y ostracismo profesional. Su agente ni le llamaba ni le cogía el teléfono4, y la autora se había granjeado una reputación de borde y borracha que tampoco ayudaba a conseguirle contratos editoriales.
Cuando su gato Jersey cayó enfermo y ella se vio sin dinero para pagar por su tratamiento, Lee comenzó a vender cartas falsificadas de escritores famosos. Empezó por casualidad, vendiendo una carta de Katharine Hepburn verdadera a un coleccionista por 75 dólares. Siguió robando cartas de bibliotecas que ella sustituía por cartas falsificadas. Y finalmente acabó inventándose cartas de sus escritores favoritos para poder comer. “Fue de poco a más, como casi todas las cosas malas”, reconoció. Vendía las cartas por entre 50 y 100 dólares. Tampoco hizo una fortuna, como veis.
—Pero Eduardo, amiga, falsificar cartas no puede ser tan complicado, ¿no?
Hombre, un poco. No es simplemente escribir un truño y falsificar la firma de *inserte nombre de autor famoso*. Tienes que tener bien estudiado el papel y la máquina de escribir adecuada. Por no hablar del estilo literario de cada autor. Porque por ahí fuera hay gente que sabe donde ponía exactamente las comas Hemingway.
Lee era una experta en todo eso. Tenía distintas máquinas de escribir, y robaba papel de las bibliotecas para asegurarse que el paper fuera de la época del autor. Además, se convirtió en una experta imitadora del tono y el estilo de cada autor que imitaba. Estudiaba vida, obra y correspondencia… y se ponía a crear. O a copiar. ¿O las dos cosas?
Durante tres años falsificó más de 400 cartas de nombres como Dorothy Parker, Noël Coward, Louise Brooks, Edna Ferber, o Lillian Hellman, inventándose anécdotas de sus vidas. Por ejemplo, hacía que Noël Coward criticara a Marlene Dietrich, o escribía como Dorothy Parker se lamentaba de las tonterías que había dicho borracha la noche anterior. Hizo tan buen trabajo que no solo engañó a todos los coleccionistas de la ciudad de Nueva York, sino que todavía hoy se tienen dudas sobre qué cartas son auténticas y cuales no. “Soy mejor Dorothy Parker que Dorothy Parker”, llegó a decir.
Al final la pillaron, claro. Fue condenada a seis meses de arresto domiciliario, cinco años de libertad condicional, y se le prohibió entrar en todas las bibliotecas en las que había robado. Lo cual no está tan mal. Tuvo que dejar de falsificar cartas y escribió sus memorias en 2008, con el título Can You Ever Forgive Me? Memoirs of a literary forger5. En 2019 se estrenó la adaptación de sus memorias, una película con una fantástica Melisa McCarthy y dirigida por Marielle Heller. La adaptación es bastante divertida y merece un visionado. No se ríe de Lee ni la eleva: simplemente te cuenta como era. Un puto desastre y tremendamente talentosa.
Lo estoy leyendo ahora mismo, en parte por investigación pero sobre todo por interés. Me interesa Lee Israel, y hasta la admiro6. Admiro su sentido del humor, su habilidad para escribir y copiar, y su personalidad avinagrada y única. Murió en 2014. Allá donde esté, espero que le vaya fenomenal.
Sobre ella, el crítico Thomas Mallonaug dijo:
Si yo fuera bibliotecario, no dejaría pasar por la puerta a Lee Israel, pero ciertamente me aseguraría de tener su último libro en los estantes.
Yo sí le dejaría pasar, la verdad. Me habría encantado verla en acción.
Top 10 de los Eduardo Norte principales.
Así luce mi receiptify del mes:
Como veis, me ha pegado muy fuerte por escuchar el Vanana Mix de ELYELLA, que fue banda sonora principal en mi viaje a Cuenca. Así que esa es mi recomendación semanal, supongo. Ahí te va:
Si te ha gustado:
Si te ha gustado, es de vital importancia que me valides emocionalmente. Me encuentro echando becas de doctorado y ante el silencio institucional al que me estoy enfrentando es SÚPER IMPORTANTE que me valides.
Eres literalmente TODO LO QUE TENGO.
POR FAVOR.
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Me permito tutearla porque siento que Rosa es mi amiga.
Una actriz estadounidense. Yo tampoco sabía quién era.
De hecho, Israel cuenta que al llamar a su agente, su secretaria siempre le decía que estaba ocupada. Pero que llamaba dos minutos más tarde diciendo que era Nora Ephron, y le pasaban al momento. Los abogados de Nora Ephron tuvieron que contactarla y amenazaron con denunciarla.
“¿Podrás perdonarme algún día? Memorias de una falsificadora literaria”
Y después de leer el libro de Rosa Montero también entiendo por qué.