Te confieso, amiga, que yo siempre he sido muy de la queja. Siempre he sido muy renegón, muy de quejarme todo el rato, porque hace sol, porque llueve, porque no he dormido, porque he dormido mucho, porque he dormido poco, porque tengo mucho trabajo, porque tengo poco, conmigo mismo y con los demás. La cuestión era quejarme. He pasado mucha parte de mi vida quejándome por todo, sea bueno o malo, casi por costumbre.
Hubo un momento en el que me di cuenta de que no quería ser esa persona que se queja todo el rato, machacona y victimista.
Así que este año estoy haciendo el ejercicio de no quejarme, a no ser que sirva para algo. No quiero desactivar la queja, como si fuera inútil. Es importante quejarse de cosas, tanto en lo personal como en lo social. Pero si tu queja no está dirigida a algo que se puede cambiar, a tu jefe cabrón o al gobierno corrupto, piénsalo y sé honesta: ¿para qué te quejas? La queja es un propósito en sí mismo, claro. Puedes quejarte solo para quejarte, para descargar, para desahogarte. Pero yo me vi en la situación de hacer balance, de preguntarme si quejarme me traía más alegrías que disgustos. Y la respuesta me sorprendió.
Yo, todos los días, tengo que subir una cuesta para ir a trabajar. Todos los días tengo el impulso de murmurar que vaya puta cuesta de mierda, que me cago en la cuesta de los cojones, cómo odio subir la put4 cuesta, entre otras lindezas. A veces lo hago. Pero siempre intento recordarme lo mismo: subo la cuesta porque quiero, porque podría coger el bus, o ir por otro camino, o incluso llamar a un taxi. Me recuerdo que subo la cuesta porque puedo, porque tengo piernas que puedo usar, porque eso que me ahorro en gimnasio. Y agradezco poder hacerlo, y no me quejo y trato de disfrutar del viaje. Me parece que vivo más satisfecho.
Cada vez que pienso en las cosas que a veces me afligen en la vida —el trabajo, o vivir en el Reino Unido, por ejemplo— reconozco que yo he mismo he decidido meterme en esos fregaos, lo decido cada día, y que esos fregaos también me traen cierto grado de satisfacción. Porque es importante quejarse cuando consideres, pero también es importante ser coherente con nuestras propias decisiones.
No quiero pecar de couch productivista y barato: cágate en la h0stia cuando consideres, quéjate de todo y de nada, si quieres. Pero yo me di cuenta que tanta queja inútil me estaba envenenando y me hacía infeliz, y te lo cuento aquí porque siento que tenemos esta confianza.
Pero, bueno, no sé.
Yo solo soy un marica quejica, intentando ser más lo primero que lo segundo.
✨ Palabras bonitas
En mis días en Madrid, entre paseos por la Almudena y visitas al Prado, me hice un Ropa de calle, una antología poética de Luis García Montero.
Yo nunca he sido de leer poesía, siempre he sido más de novela. Pero de un tiempo a esta parte me estoy dando el gusto de leer, poco a poco, algún que otro poema. Siento que la poesía es como el chocolate: si como mucho cansa pero en menores medidas, es un placer.
Así, estoy leyendo este libro como quien se come una onza de chocolate de postre, un poquito cada día.
Estas palabras, del poema El arte militar, me han pinchado un poco y os las quiero enseñar:
Sucede en general que el mundo cambia,
no demasiado rápido a menudo,
que un día es extraño sentirse detenido
con demasiadas cosas escritas en la piel
y uno se encuentra en medio de todo cuanto era,
desconcertado y torpe,
sacrificando incluso la nostalgia.
📋 Las cosas quejicas
Las fotos que André Kertsész sacaba de gente leyendo me emocionan un poquito. Especialmente la última.
El otro día en la cafetería de mi universidad me tomé una sopa de brócoli y comino que me cambió la vida. Voy a tratar de replicarla en casa, empezando con esta receta.
Les digo a mis alumnos que si les interesa el español también tienen que preocuparse por otras lenguas que se hablan en el mundo hispánico. Esta entrevista de Yásnaya García Higueras es demoledora y deprimente: “Las lenguas no están muriendo, el modelo estado nación las ha estado matando activamente con dinero público y proyectos oficiales durante mucho tiempo”.
Esta página web, para encontrar cualquier fotograma de Aquí no hay quien viva. No es broma, de verdad te estoy recomendando esto.
Últimamente me siento como Chenoa en esa famosa entrevista en al puerta de su casa, y me encontré llorando con esta canción de camino al trabajo:
👋 Adiós, amiga
No tengo mucho más que decirte. Sigo haciéndome a la idea de que me voy a convertir en un estudiante de doctorado precario.
Pero bueno, al menos, tengo salud.
Tres ideas que me han ayudado a sobrellevar esta semana de mierda:
El futuro se hace día a día, con pequeñas acciones. No te fuerces a hacerlo todo de golpe.
No te preocupes por lo que no puedes ver venir. No eres Rappel, amiga.
Cuando lleguemos a ese río, cruzaremos ese puente. Los disgustos, uno cada día.
Ay, éste me dio en el blanco. Yo soy igual y sí tengo que vigilar mucho cuántas rabias casco, porque igual puedo ser muy optimista si me lo propongo.