Este es mi cuerpo. Ha sido una armadura. / Con ella no se puede nadar ni alzar el vuelo. / Pobre cuerpo, éste mío, tan pegado a la tierra
(Luisa Miñana)
Todo en el cuerpo es un proceso. La muerte también.
(Mariana Enríquez)
El otro día fui a la playa con mis amigos. Te lo conté, creo: estaba en Suffolk, una amiga nos había invitado a una antigua casa familiar. Nos hizo muy buen tiempo, dos días buenos de veinticinco grados. Me bañé en el mar del norte, mi bautizo en este mar frío. Las playas de Suffolk eran muy distintas a las que conozco de mi Valencia natal: están desiertas, la poca gente que hay va con una preparación playera que haría reír a cualquier madre de familia costera española: apenas una toalla y poco más.
Nunca he tenido problemas en quitarme la camiseta en la playa, tampoco aquel día. Nos bañamos, leímos, tomamos café de un termo, jugamos al ajedrez. En algún momento mi amiga me hizo una foto.
—Esta foto es muy bonita —me dijo, mientras me la enseñaba sonriente.
En la foto se me ve de cuerpo entero, solo con el bañador. Acabo de salir del agua y estoy mojado, bebo café en una taza de plástico, sonrío mientras hablo con alguien. Se me ve feliz y tranquilo. Lo estaba. Odié la foto inmediatamente: la grasa se me acumula en un flotador alrededor de la tripa, la piel me floja, como si fuera una manta mal puesta sobre mis huesos. Mi aparente felicidad desentona con la miseria de mi cuerpo, que vi feo y flojo.
Que no tuviera problemas en quitarme la camiseta en lugares concretos es muy distinto de decir que no tuviera problemas con mi cuerpo. ¿Alguien no los tiene? Una industria multimillonaria se nutre de que nos odiemos, es así. Estar absolutamente satisfecho con el cuerpo de uno es un privilegio. No sé si genético, económico, o qué, pero lo es. Ni cuando he estado yo más delgado, con abdominales y todo, me he visto bien.
Hay unas fotos mías durante la pandemia. En aquel entonces hacía ejercicio todos los días, de manera obsesiva. No me gusta demasiado hacer ejercicio, pero lo hacía casi por masoquismo. Me despreciaba. Es así, no lo voy a edulcorar. La cuestión es que estaba delgadísimo: hombros fuertes, rostro cincelado, vientre plano. Veo ahora esas fotos y no me lo creo. Qué guapo estaba, madre mía. Al mismo tiempo, tengo el recuerdo cristalino de verme espantoso, de odiarme como odio ahora esa foto en la playa.
No creo que fuera casual que cuanto más vigilara mi cuerpo más lo odiara. No para mí, en cualquier caso. Durante aquellos años, después de terapia y cambios vitales, aprendí a tener una relación más sana conmigo mismo. También con mi cuerpo. Engordé, pero fui más feliz. Seguía estando en mi peso ideal. Iba al gimnasio dos veces por semana, me movía de manera habitual, comía bien. Aprendí a ver mi cuerpo como lo que era: una máquina perfecta, que no necesitaba mejoras, solo un mantenimiento cariñoso y constante. El cambio había de suceder ojos para dentro, en la mirada que acogía lo que mi cuerpo es.
Verme de nuevo gordo y feo en aquella foto me confirmó que el cambio se había dado de nuevo, esta vez hacia atrás. Como los derechos sociales, los progresos mentales tampoco se pueden descuidar. Siempre habrá una cuenta en Instagram que te haga sentir despreciable, adrede o sin querer. También personas que te quieren, cerca de ti. Qué gorda estoy en esta foto, te dirá tu amiga que pesa cincuenta kilos. Si tú estás gorda, cariño, ¿cómo estoy yo? Vivir en un mundo gordófobo también es una circunstancia adversa.
Este es mi cuerpo. Es un hecho objetivo. Me lleva a donde quiero, regula la temperatura, me permite nadar, sanearme, me da placer. Pese a sus limitaciones, es una máquina perfecta. Apenas necesita mantenimiento: ejercicio regular, alimentación sana, crema solar, poco más. No es un objeto estético que deba regirse a unos cánones impuestos por industrias y revistas. Soy yo, al fin y al cabo. No creo en una diferencia cartesiana entre cuerpo y mente. Mi cuerpo soy yo.
No sé tú, amiga, pero estos días de verano quiero quitarme mucho la camiseta, pasear mi cuerpo gordo y perfecto en cualquier playa, piscina, o montaña a la que vaya. Vivir despreocupado de lo que peso o de la mirada gordófoba que me impone el mundo. Rodearme de gente que me ayude a navegar esa contradicción entre cuidarme y odiarme, entre querer estar delgado y aceptar mi cuerpo —yo— como es, con sus procesos y sus cambios.
Miro la foto hoy, semanas después, y la sigo odiando. Hoy también he ido a la playa, me he sentido incómodo sin la camiseta. He querido ponérmela inmediatamente después de salir del mar, pero me he obligado a quedarme como estaba. Este es mi cuerpo, me decía. Es una armadura.
Odio esta foto, pero soy yo. Estoy feliz, captura un momento feliz. Un recuerdo que no quiero olvidar nunca, que tal vez quiera compartir con amigas. Nos hizo un día estupendo, mi primer baño en el mar del norte. No quiero odiarla. El tiempo me dará la razón, también el cambio que se sucederá tras mis ojos: es una foto muy bonita.
📋 Movidas gordas
Estoy de luto: ¡Puedo hablar?, mi podcast favorito, se ha terminado. Enrique y Beatriz me han acompañado muchas horas, siempre tendré un recuerdo especial de su trabajo. También me ayudaron al cambio detrás de mi cuerpo: su episodio Gordofobia es un ejemplo. No dejéis de escucharlo.
Esta columna de Delia Rodríguez, lo mejor que he leído esta semana. Leído en tuiter: pintarse las uñas para darle un puñetazo al sistema.
Turismo para principiantes, estas simpáticas ilustraciones de Erica Fustero. Compartidlas con vuestros amigos guiris.
Estoy leyendo Nos devoró la niebla, de Marina Tena Tena. Novela de terror lírica y horrible, en el buen sentido: un autobús de niños desaparece en la niebla y la única superviviente, la protagonista, vive la culpa de no haber muerto con su hermana en el autobús. Los secretos de Fresneda, el pueblo donde vive, se van deshaciendo desde el punto de vista de una protagonista atormentada por el duelo y la culpa. Me está gustando mucho, os voy contando.
La canción de la semana:
👋 ¡Adiós, amiga!
Estaré en el Festival Celsius 232 de Avilés, del 16 al 21 de julio. Si estás por allí y me ves, ¡di hola! Me encantará verte en persona.
No sé cuánto volveré a escribirte. Movidas Bookclub está en un proceso de cambio, de descanso e hibernación. Pero no os preocupéis: volveré (y no es una amenaza).
Pero antes, tres cosas veraniegas:
Tu cuerpo es perfecto. Igual no me lo crees (tampoco me lo creo yo de mí), pero lo es.
No cojas el móvil cuando estés en la playa o en la piscina. En serio, pruébalo: la desconexión es difícil pero necesaria.
Cómete un helado en la piscina cuando te apetezca. En invierno te arrepentirás de no haberlo hecho.
he llegado tardísimo a esta cartita pero quería dejarte escrito por aquí que te quiero un montón y que qué necesarias me han parecido tus palabras, ahora que yo también llevo una temporada luchando con la reacción que tengo cuando veo mi cuerpo en un espejo o en una fotografía. gracias por escribir siempre lo que se me pasa por la cabeza <3